“El Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías… Pero también “el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz»”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Santa Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, este 14 de abril, día en el que también se celebra la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud.
Doble misterio: aclamación y ensañamiento
El Santo Padre en su homilía recordó el “doble misterio” que acompaña la entrada de Jesús en Jerusalén, misterio de aclamación y humillación, de fiesta y ensañamiento feroz que se da en los dos momentos característicos de esta celebración: “la procesión con las palmas y los ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne de la narración de la Pasión”.
Superar las dificultades con obediencia
En este misterio, señala el Santo Padre, Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un superhombre, sino que es un abandono confiado en el Padre y en su voluntad de salvación, de vida, de misericordia; y, en toda su misión, pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo él el modo y desligándose de la obediencia al Padre. Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esta tentación mediante la confianza obediente en el Padre.
No al triunfalismo, si a la humildad
También hoy, en su entrada en Jerusalén, puntualiza el Pontífice, nos muestra el camino. Porque en ese evento el maligno, el Príncipe de este mundo, tenía una carta por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor respondió permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad. “El triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos falsos. Busca subirse al carro del ganador. El triunfalismo vive de gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como peores, con defectos, fracasados... Una forma sutil de triunfalismo – afirma el Papa comentando a De Lubac – es la mundanidad espiritual, que es el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia. Jesús destruyó el triunfalismo con su Pasión”.
El camino de la Cruz no es negociable
El Papa Francisco explica que, el Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías. Su corazón gozaba viendo el entusiasmo y la fiesta de los pobres de Israel. Humildad no significa negar la realidad, y Jesús es realmente el Mesías, el Rey. “Pero al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz» . Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse”.
El silencio de María vence al triunfalismo
El Santo Padre afirma que después de Jesús, la primera que ha recorrido este camino fue su madre, María, la primera discípula. “Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón». Es la noche de la fe. Pero solo de esta noche despunta el alba de la resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar en las palabras con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será grande [...]; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin»”.
“En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar”
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